Si le pidiéramos a usted, lector, que enumerara las cosas que influyen en su salud, ¿qué respondería? Mientras lo piensa, nos atrevemos a aventurar que en su lista figurarían seguro cuestiones como su herencia genética, sus hábitos alimenticios o la cantidad de ejercicio que practica habitualmente. Sin embargo, más allá de esos factores individuales, existe una serie de condicionantes externos que también impactan directamente sobre sus posibilidades de enfermar y que, a menudo, tendemos a dejar de lado. Cómo es el lugar en el que vive es uno de ellos. Piense si cerca de su casa hay espacios verdes y una zona agradable para pasear o si, en cambio, las aceras son estrechas y el tráfico es endiablado durante todo el día. Porque eso también es importante para su bienestar. «Las características de nuestros barrios, la forma en la que están diseñadas nuestras ciudades afectan directamente a nuestra salud», resume Carlos Dora, uno de los expertos mundiales que mejor conoce los efectos de este determinante de la salud.
Como actual presidente de la Sociedad Internacional para la Salud Urbana (ISUH según sus siglas en inglés)y ex coordinador de Salud Pública y Medioambiente de la Organización Mundial de la Salud (OMS), este médico brasileño participó recientemente en el Congreso de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia, celebrado en Granada, donde, entre otras cuestiones, habló de la importancia de actuar desde lo local para favorecer la salud y luchar contra el cambio climático, dos factores que van de la mano.
En muchas de nuestras ciudades actuales se concentran factores dañinos para nuestro bienestar -y también para el clima-, como altos niveles de tráfico, contaminación, ruido o falta de zonas verdes, entre otros, destaca Dora. Pero otros modelos de ciudad son posibles. Es más, las urbes bien diseñadas y organizadas pueden ser un motor para favorecer la salud. «Ya hay muchos ejemplos de éxito de esta transformación», destaca. Y refiere iniciativas, como la apuesta por las vías ciclables que han llevado a cabo ciudades como Copenhague (Dinamarca) o Ámsterdam (Países Bajos).
«En el futuro, igual que ahora nos parece increíble que antes se pudiera fumar en las escuelas o en la consulta del médico, a todo el mundo le parecerá una barbaridad, algo de locos, que muchas de nuestras ciudades estén pensadas para los coches y no para las personas», plantea.
Dora denuncia que a partir de los años 50 del pasado siglo, el desarrollo urbano de muchas ciudades se hizo para servir a los automóviles, y no a los individuos. «Fue parte de una estrategia económica para desarrollar la industria de los coches e implicó incluso la compra de compañías de tranvías y otros medios de transporte colectivos para destruirlos y que no pudiesen contemplarse como alternativa para los desplazamientos. Eso pasó en muchos sitios, hay muchos ejemplos sin ir más lejos en Estados Unidos; lo que ha provocado la existencia de ciudades muy dispersas, con casas que están lejos del lugar del trabajo, de la escuela, de la biblioteca o el hospital. En ese tipo de ciudades es obligatorio coger el coche para todo y eso tiene un impacto», señala Dora.
En primer lugar, en términos de contaminación y de salud, cita. A menudo, pensamos en la polución del aire como un factor negativo para el medio ambiente. Pero también tiene un efecto muy perjudicial sobre el organismo, recuerda el presidente de la ISUH. Las estimaciones de la OMS señalan que en 2019 la contaminación del aire exterior provocó en todo el mundo 4,2 millones de muertes prematuras. Porque sus efectos van mucho más allá del aparato respiratorio. Cada vez hay más evidencias de sus efectos sobre el sistema cardiovascular o el neurológico.
«Respirar aire contaminado tiene un impacto directo en las arterias que es muy semejante al de la hipertensión o el colesterol. La contaminación causa tantas muertes al año en el mundo como el tabaco y se ha demostrado que también puede influir en la capacidad intelectual de los niños en desarrollo, sobre las enfermedades respiratorias y otros trastornos», subraya Dora, quien recuerda que el tráfico es una de las principales fuentes de contaminación en las ciudades.
Aunque frecuentemente se menciona la alternativa del coche eléctrico como una forma de solucionar el problema, para el especialista brasileño en realidad ese modelo tampoco es el aconsejable. «No hay que olvidar que seguir dedicando las ciudades a los coches, aunque sean eléctricos, supone, por un lado, continuar generando una altísima huella de carbono, porque producir este tipo de vehículos igualmente resulta muy contaminante. Pero además supone seguir incidiendo en otros problemas que se derivan de este modelo de ciudad, centrada en los coches, como el acaparamiento de espacio público o la falta de actividad física que provocan.
Ciudades para la gente, no para los coches
Es necesario que el diseño de las ciudades esté pensado para la gente y no para los vehículos, continúa el médico, quien habla de ciudades más densas, verdes y orientadas al transporte público, en las que el acceso a los servicios esenciales y la sociabilización sea fácil.
Una de las formas de hacer las ciudades más compactas es llevar a cabo un desarrollo orientado a crear densidad en torno a puntos de nudos de comunicación, donde haya medios de transporte públicos, vías seguras para bicicletas y espacios diseñados para poder caminar, explica. «Es muy importante favorecer que las personas puedan incorporar una actividad física en su día a día. No todo el mundo tiene la posibilidad de ir al gimnasio o dedicar parte de su jornada al ejercicio. Por eso, es importante poder incluir rutinas en la vida diaria, como ir en bici o caminando a trabajar, que les permitan estar activos sin dedicar un tiempo específico al deporte», apunta. Inmediatamente, el especialista añade que también es fundamental que las ciudades se diseñen teniendo en cuenta a personas de distintas edades y condiciones.
Muchas ciudades, a día de hoy, están pensadas «para hombres sanos, de 70 kg, que principalmente se desplazan en coche», lamenta el experto. Sin embargo, la realidad es que sociedad es más diversa. «Hay que tener en cuenta a la gente mayor, a los niños, a las personas con diferentes tipos de capacidades físicas. No podemos olvidar que la gente necesita espacios donde poder descansar si camina despacio, donde poder encontrarse con otras personas, donde poder jugar si es un niño. Esto es fundamental, crear espacios de socialización. Las ciudades impersonales sin espacios para que la gente tenga interacciones son muy dañinas. Está demostrado».
A lo largo de la conversación, hay un punto en el que Carlos Dora insiste varias veces: la importancia de que las ciudades sean verdes, con parques, zonas ajardinadas y árboles en cada barrio. «Hay muchísima evidencia sobre los beneficios de vivir cerca de zonas verdes. Quien tiene un parque cerca de cada tiene niveles más bajos de hormonas del estrés, como el cortisol, y tiene mayores niveles de dopamina y endorfinas, relacionadas con el bienestar. Hay un claro beneficio para la salud mental. Y también es importante para el desarrollo temprano de los niños. Estar en contacto con la naturaleza es muy importante a muchos niveles, también porque supone un estímulo para andar o para hacer ejercicio físico al aire libre».
Además, hay que tener en mente que hay muchísima evidencia que demuestra que las zonas verdes son una de las formas más eficientes de reducir la temperatura en la ciudad. «Las olas de calor en áreas como la del Mediterráneo van a continuar. Las personas tenemos un límite de temperatura interna, hay mucha evidencia de que se producen más muertes durante las olas de calor. Y está demostrado que las zonas verdes ayudan a combatir ese exceso de temperaturas, al igual que ayudan a la absorción de agua por parte del suelo cuando hay inundaciones. Si solo hay asfalto, pavimento, los daños de una inundación son muy superiores, porque el agua no se filtra, no se absorbe al interior de la tierra».
Núcleos de transformación
Las ciudades pueden ser claves para transformar la salud de los países, sostiene el médico, sobre todo teniendo en cuenta que el número de personas que se estima va a vivir en ciudades en los próximos años va a aumentar significativamente. Las urbes son una oportunidad para el cambio, porque las decisiones que se toman localmente, en función de las características de cada municipio, «tienen un impacto directo». La ciudad puede aportar soluciones para la mejora de la contaminación, analizando y abordando las fuentes de polución locales; la optimización del uso del transporte público, la gestión de los residuos o la adaptación a los cambios que están causados por el cambio climático, entre otros factores. «Hay incluso modelos para estimar cuánto vas a ganar en salud si inviertes en verde o en el uso de la bicicleta», señala Dora, quien añade que «la evidencia existe, lo que falta es la transferencia de ese conocimiento para la implementación».
Muchas veces, quienes toman las decisiones están centrados en un área determinada y para el diseño urbano dirigido a mejorar la salud hace falta una conexión intersectorial y una visión a largo plazo, pensando en el bien común señala el especialista. En ese sentido, recuerda que el movimiento y la presión de la sociedad civil para exigir cambios es fundamental.
«Sería fundamental que las personas mayores se implicaran en esta transformación», reflexiona Dora. «Son personas muchas veces con autoridad, tiempo para reflexionar y un interés en que las generaciones venideras, las de sus hijos y sus nietos, tengan bienestar. Creo que esa parte de la población es fundamental para repensar las ciudades, para que tomen en sus manos el futuro de las urbes. Las ciudades que benefician a los mayores también benefician a los jóvenes. Involucrarse en ese cambio creo que sería uno de los regalos que podrían dejar a otras generaciones. Yo pienso que el futuro puede ser de los viejos», concluye.