Numerosos estudios han establecido que el hábito de fumar tiene raíces biológicas impulsadas por factores genéticos que influyen en un 44% a empezar a fumar.
La enfermedad de Parkinson
Los estudios sobre conductas adictivas (no sólo al tabaco) indican que, en el desarrollo del sistema nervioso de algunas personas, existen condiciones de riesgo predisponentes que favorecen ciertas adicciones. Un ejemplo es la enfermedad de Parkinson, que tiene alterado el sistema nervioso dopaminérgico y donde, ya en 2010, un estudio publicado en Neurology indicaba que el riesgo de los fumadores de desarrollarla es casi la mitad que el de los que nunca habían fumado.
¿Una terapia de futuro?
«Esto no quiere decir que fumar evite la enfermedad de Parkinson», afirma el profesor Alfredo Berardelli, de la Universidad La Sapienza de Roma y ex presidente de la Sociedad Italiana de Neurología, «sino que la aversión al tabaco podría considerarse una característica independiente de esta enfermedad, que precede en años a la aparición de sus síntomas». «Un estudio publicado en el New England Journal of Medicine por la Universidad de Nantes propone considerar cualquier forma de exposición a la nicotina como posible tratamiento antiparkinsoniano, pero, ojo, no hablamos del humo de los cigarrillos, sino de la exposición a este alcaloide vegetal que también se encuentra en los pimientos. Otro estudio anglo-alemán demuestra que los parches de nicotina no pueden, sin embargo, ralentizar la aparición de la enfermedad. Aún llevará tiempo perfeccionar esta terapia, pero confío en el desarrollo de una nueva línea de tratamiento, basada en la acción directa sobre los receptores nicotínicos».
Fumar y el cerebro
Además de la respuesta personal de los receptores nicotínicos de cada fumador, en el hábito de fumar intervienen muchos factores, desde el diferente metabolismo de las sustancias inhaladas hasta el funcionamiento anormal del sistema dopaminérgico, como ocurre en los enfermos de Parkinson. La asociación entre el tabaquismo y un menor desarrollo de la materia blanca y gris del cerebro está ya bien establecida, pero aún se debate si es un cerebro menos desarrollado el que predispone al tabaquismo o, por el contrario, si es el tabaquismo el que encoge el cerebro.
El huevo y la gallina
Utilizando datos del Biobanco del Reino Unido, que recoge el historial sanitario y los datos genéticos y de imagen de 40.000 personas, investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington en San Luis y del Research Triangle Institute International de Carolina del Norte, dirigidos por Yoonhoo Chang, han intentado averiguar si en el tabaquismo, por así decirlo, es primero el huevo o la gallina. Publicaron una extensa revisión de 2.019 casos en la revista Biological Psychiatry, en la que mostraban que un historial de tabaquismo diario estaba fuertemente asociado a una reducción del volumen cerebral, que se hacía más evidente a medida que aumentaba el consumo de cigarrillos. Los fumadores perdieron 22.964 milímetros cúbicos de cerebro, equivalentes a 0,001 gramos de materia gris, y la pérdida aumentó proporcionalmente al número y la potencia de los cigarrillos fumados. Por otra parte, se comprobó que el riesgo de empezar a fumar se asocia a una reducción diez veces mayor de la materia gris (2.424 milímetros cúbicos), por lo que el resultado favorece a la «gallina», ya que el cerebro se deteriora especialmente a medida que se prolonga el hábito, aunque los que nacen como fumadores potenciales parten con desventaja.
Zonas más afectadas
Las más afectadas por el tabaquismo crónico son la corteza frontal superior de ambos hemisferios cerebrales, la corteza frontal media rostral, la corteza frontal orbital medial en el hemisferio izquierdo y la corteza precentral en el hemisferio derecho. Todas ellas son áreas implicadas en las denominadas «funciones ejecutivas», en las que intervienen la atención, la memoria de trabajo (memoria operativa), la resolución de problemas, la planificación y la adaptación del comportamiento para alcanzar un objetivo de forma articulada y flexible. Con el tabaquismo se pierden, por tanto, piezas del sustrato neuronal que subyace a conductas cognitivas complejas como la toma de decisiones, la expresión de la personalidad o la conducta social.
Enfermedad de Alzheimer
Se estima que existe una asociación del 14% entre la enfermedad de Alzheimer y el tabaquismo: la demencia se acelera porque el hipocampo, región cerebral fundamental en esta enfermedad, se ve principalmente afectado. Diversos estudios han indicado que dejar de fumar es un factor de riesgo modificable en el Alzheimer, pero los resultados de una investigación publicada en Biological Psychiatry van en contra: los daños del tabaco parecen ser duraderos, y no se han encontrado pruebas de recuperación del volumen cerebral perdido tras abandonar el hábito. Considerando la materia gris, la materia blanca y el líquido cefalorraquídeo, no se encontró ninguna asociación significativa entre el número de años transcurridos desde que se dejó de fumar y el volumen cerebral total. En otras palabras, para mantener a raya la demencia, es mejor no empezar a fumar, porque aunque se deje, el daño ya está hecho.