La agencia reguladora estadounidense (FDA, según sus siglas en inglés) ha aprobado este viernes el primer medicamento basado en CRISPR/Cas9, la herramienta que permite llevar a cabo una ‘edición genética’. El fármaco permite corregir la alteración en el ADN que provoca la enfermedad de células falciformes y la betatalasemia dependiente de transfusiones.
Se trata de la segunda decisión regulatoria sobre este compuesto, tras la reciente luz verde de la agencia reguladora británica (MHRA), que se produjo hace ya más de dos semanas. El medicamento en cuestión es Casgevy (exa-cel), de Vertex Pharmaceuticals.
La británica se adelantó a la agencia estadounidense y a la europea EMA -cuyo comité asesor de Medicamentos de Uso Humano también se pronunciará en unas semanas sobre esta terapia avanzada- a la hora de avalar este tratamiento genético pionero.
Es «una aprobación histórica», en palabras de la genetista Kay Davies, de la Universidad de Oxford, por cuanto «abre la puerta a nuevas aplicaciones de terapias CRISPR en el futuro para la posible cura de muchas enfermedades genéticas».
La terapia génica exagamglogén autotemcel (exa-cel) utiliza la herramienta de edición genética CRISPR/Cas9, la tecnología protagonista del Premio Nobel de Química de 2020, que recibieron las científicas Jennifer Doudna y Emmanuelle Charpentier y que se desarrolló gracias a los primeros descubrimientos realizados en bacterias por el español Francis Mojica. Ni siquiera ellas imaginaron que el corta-pega genético inspirado por un sistema defensivo de las bacterias llegaría tan rápidamente a la clínica. Así lo reconocía Doudna en Nature: «Estaba claro que tener la capacidad de editar genomas era una herramienta poderosa, pero no creo que ninguno de nosotros hubiera imaginado lo rápido que avanzaría este campo».
Dos patologías con mismo origen, pero diferentes
Pero la edición con CRISPR/Cas9 no es la única estrategia genética que se explora en aras de mejorar la supervivencia y calidad de vida de las personas con enfermedad de células falciformes o con betatalasemia dependiente de transfusiones.
De hecho, este viernes, la decisión adoptada por la FDA incluye también la aprobación de otro medicamento para el tratamiento de la misma enfermedad, Lyfgenia, de Bluebird Bio, mediante otra variedad de terapia génica: en vez de la tecnología CRISPR se basa en la utilización de un vector lentiviral.
Ambas hemoglobinopatías tienen su origen en la subunidad beta de la hemoglobina, pero en realidad son diferentes entre sí: la enfermedad de células falciformes (ECF) -término que define más fielmente que el de «anemia» a esta patología multisistémica- se produce por una mutación en el gen HBB que da lugar a hemoglobina S (HbS), cuya polimerización confiere a los eritrocitos la característica forma de hoz; en cambio, en la betatalasemia se han descrito más de 400 mutaciones diferentes que afectan al gen HBB o a regiones reguladoras y que generan ausencia o reducción de la hemoglobina normal (HbA).
En la ECF o drepanocitosis, la HbS produce destrucción de los hematíes (hemólisis) y vasooclusión, desencadenando episodios agudos de dolor óseo muy intenso (crisis vasooclusivas) y daño crónico en múltiples órganos; en la betatalasemia dependiente de transfusiones, como indica su nombre, hay un requerimiento de transfusiones periódicas, generalmente varios concentrados de hematíes cada tres o cuatro semanas.
Las dos enfermedades pueden curarse mediante trasplante de progenitores hematopoyéticos alogénico, aunque no siempre se da con el donante adecuado y el procedimiento conlleva riesgos. De ahí que la investigación en terapia génica se haya visto como una opción para esa necesidad médica, tanto con estrategias de adición como de edición. Los especialistas recuerdan que una de las principales limitaciones de la terapia génica será su coste, que se estima en alrededor de dos millones de euros.