¿Estamos hinchados o inflamados? Esta es la cuestión. Inflamación e hinchazón son dos conceptos que tienden a confundirse (especialmente en estos días post navideños en los que aún cuesta volver a abrocharse el pantalón).
¿Qué es la hinchazón?
La hinchazón o distensión abdominal en principio no tiene por qué deberse a una causa grave. El origen puede estar en algo tan sencillo como comer en exceso, comer muy deprisa o comer determinados alimentos que por sus características se asocian a gases y flatulencias. Otras posibles causas de la hinchazón son el síndrome del intestino irritable, la oclusión intestinal parcial, la intolerancia a la lactosa, las alteraciones en la microbiota o la acumulación de líquidos en el abdomen (esto podría ponernos sobre la pista de un problema más grave de salud).
¿Qué es la inflamación?
La inflamación es una respuesta natural y positiva de nuestro cuerpo para protegernos y repararnos ante posibles lesiones o infecciones. Todos sabemos que, por ejemplo, cuando nos hacemos una herida el sistema inmune acude para curarnos. También cuando pillamos la gripe, tan de moda, el sistema inmune se moviliza para que el proceso no dure más de la semana de rigor.
El problema llega cuando no hablamos de una agresión puntual por una herida o un virus, sino que hay un daño permanente en el interior de nuestras tripas y la inflamación se hace crónica. Si eso ocurre, se produce una especie de estado de alarma silencioso. Se trata de una situación que poco a poco revoluciona nuestro interior y que, con el tiempo, puede dar la cara en forma de alteraciones metabólicas como la diabetes o la obesidad.
La inflamación puede deberse a diversas causas como la obesidad, la dieta occidental, la inactividad física, las alteraciones de la microbiota, el estrés psicológico, el tabaco y la contaminación o la disrupción circadiana.
¿Por qué la inflamación y el aumento de peso están tan relacionados?
Para entender esta tormentosa relación entre la inflamación y el exceso de peso debemos conocer en primer lugar la vida y obra del adipocito, que es la célula que, entre otras muchas funciones, se encarga de almacenar la grasa. El adipocito nace, crece, se multiplica, se estresa y es en ese momento cuando aparece la inflamación. Esto ocurre porque la acumulación excesiva de grasa hace que los adipocitos se aplasten unos a otros, les falte oxígeno, se estresen y empiecen a descontrolarse.
El adipocito estresado no puede funcionar con normalidad. Es lo que en términos médicos se conoce como «tejido adiposo disfuncional». Una de las consecuencias es que la inflamación del adipocito puede afectar a los centros de control del apetito en el cerebro. Se alteran las hormonas que regulan el apetito -grelina (hambre) y leptina (saciedad)- de manera que no nos sentimos suficientemente saciados y como consecuencia acabamos comiendo más.
Por otro lado, cuando la inflamación crónica daña a las células puede desencadenar resistencia a la insulina. Si no podemos regular bien la glucosa en sangre, podemos almacenar más grasa.
Pero no se vayan porque todavía hay más: si la inflamación persiste en el tiempo, puede generar estrés en muchos órganos y tejidos de manera que el sistema inmune se cansa de trabajar. La cosa se complica, porque no solo estamos alterando el metabolismo, sino que, al debilitarse el sistema inmune, pueden aparecer otras enfermedades e incluso algunos tipos de cáncer.
Finalmente, la inflamación revoluciona la microbiota intestinal. Las desgracias nunca vienen solas y nuestras bacterias también van a sufrir los daños colaterales de la inflamación. La inflamación puede alterar la composición y la función de nuestras bacterias intestinales y terminar afectando a cómo hacemos la digestión, cómo metabolizamos los nutrientes y cómo se regula el peso corporal. Por todos estos motivos la inflamación puede favorecer la acumulación de grasa y el aumento del peso corporal.
Solución: estrategia 360 º
Cuando esto ocurre es imprescindible una estrategia 360 º que implique, entre otras cuestiones, cambios en la alimentación (potenciando el consumo de alimentos antiinflamatorios y evitando los inflamatorios) y cambios también en los estilos de vida ya que evitar el sedentarismo y la práctica de ejercicio físico va a ser fundamental.
Por supuesto, es importante que un profesional sanitario haga la valoración clínica, considere otras posibles comorbilidades y paute y supervise las estrategias que consideren adecuadas.
