Soledad, miedo, ansiedad, rechazo…cada vez más adolescentes tienen que lidiar día a día contra emociones negativas que nublan su presente y su futuro. Ha aumentando la atención sanitaria por problemas de salud mental como los trastornos deconducta alimentaria, la depresión, las autolesiones y laideación suicida y las diferentes administraciones tratan de atender este grito de dolor de los más jóvenes con programas de prevención y de intervención rápida pero la irrupción del sufrimiento ha sido tal en los últimos años que aún los recursos de ayuda no llegan a todos los que lo necesitan. La totalidad de los centros educativos españoles deben contar con un protocolo de prevención frente al suicidio y las autolesiones en base a lo establecido en la Ley Orgánica de Protección integral a la Infancia de 2021 y desde los gobiernos regionales, según informan a EL MUNDO las distintas consejerías de Educación, se trabaja para mitigar el sufrimiento con nuevas medidas de cara a los próximos cursos.
«Los adolescentes no somos seres felices y llenos de energía. También estamos mal», recordaba una chica de 17 años a los adultos en una detallada encuesta a realizada por Unicef en 2021 a 2.000 padres y madres de menores de 4 a 16 años para evaluar el impacto de la pandemia en su salud mental. Cuatro de cada 10 les ven más aislados, inquietos e infelices.
Hay chicos y chicas que quiebran porque tienen un agujero en el alma’
Los niños y jóvenes muestran hoy un mayor malestar emocional pero su salud mental viene sufriendo un deterioro en la última década y la crisis sanitaria lo ha puesto aún más de manifiesto. Su expresión máxima y terrible es el suicidio. Cada estadística tiñe los datos de un oscuro luto: el número de menores de 20 años que se quitó la vida en 2022 fue de 84, nueve más que el año anterior. Doce niños que creyeron ver en la muerte su única salida al dolor tenían entre 10 y 14 años (el año anterior 22 se quitaron la vida). Hay un aumento significativo de muertes entre los adolescentes de 15 a 19 años: 72 perdieron la vida, 19 más que en 2021, según los datos provisionales facilitados por el INE el pasado 27 de junio.
«Hay chicos y chicas que quiebran porque han visto crecer un agujero en el alma por circunstancias que han vivido o viven, relacionadas con el maltrato, los abusos, la exclusión, el rechazo de sus iguales, las carencias, pobreza; y hay otros que, a pesar de vivir en condiciones económicas o sociales favorables, viven la soledad cada día, con identidades comprometidas y dificultades para sentirse parte de algo o de alguien. La mayor parte de los jóvenes que en estos últimos dos años acuden a Urgencias sufren crisis existenciales y vitales, de orden sociofamiliar. Sin que sus recursos o los de su familia sean operativos eficaces en ese momento. No obstante, vivimos unas circunstancias en la actualidad que han abierto de manera clara la solicitud explícita de ayuda. Piden más hoy que nunca que les ayudemos. Especialmente al profesorado. Quizás hace unos años sentían, muchos adolescentes podían sentir lo mismo, pero no lo contaban como ocurre hoy; no era tan habitual (ni razonablemente bien visto) pedir ayuda como en la actualidad».
Ese es un dato esperanzador a pesar de que lo envuelva la tristeza porque buscar refugio en alguien es uno de los primeros pasos para salir de una situación de angustia y desesperanza. Y cuando la ideación suicida asalta no es fácil hacerlo. Ofrece esa perspectiva el psicólogo y orientador José Antonio Luengo, que trabaja desde hace años con los profesores en primera línea para ayudarles a comprender su papel en los procesos de acompañamiento ante el dolor de los adolescentes
Reducir el dolor, reforzar el vínculo y ofrecer esperanza… cómo ayudar a un adolescente que piensa en el suicidio
Reducir el dolor, reforzar el vínculo y ofrecer esperanza… cómo ayudar a un adolescente que piensa en el suicidio
Luengo, autor de ‘El dolor adolescente’ y Decano del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid, coordina un equipo de cinco personas dependiente de la Subdirección General de la Inspección Educativa de la Comunidad de Madrid que acude a los centros para asesorar a los equipos directivos y docentes en los procesos de elaboración de planes de protección y acompañamiento cuando existen situaciones de riesgo evidente de conducta de violencia autodirigida (autolesiones o conducta suicida), pero también cuando surge una crisis grave y, en el peor de los casos, cuando el instituto está sumido en la conmoción y la desolación tras la muerte por suicidio de un alumno. Durante el curso que acaba de finalizar han prestado asistencia a un centenar de colegios que lo han demandado. En Madrid, según informa la Consejería, se han activado 1.426 protocolos por autolesiones o conducta suicida.
«Este tipo de recursos externos son imprescindibles, pero no pueden llegar a todas las preocupaciones y día a día de los centros afectados», apunta Luengo: «Formamos, asesoramos, acompañamos, informamos y ayudamos a interpretar cada situación emergente, pero luego los centros tienen que tirar de sus recursos y competencias». Y los centros educativos detectan y acompañan en la medida de sus posibilidades, pero reclaman mayor apoyo de personal especializado.
El psicólogo educativo, una figura clave que no existe
El Consejo General de la Psicología de España y el Colegio Oficial de la Psicología de Madrid, del que es decano-presidente, llevan más de diez años reclamando sin éxito la creación de la figura del psicólogo educativo en los colegios e institutos para atender el sufrimiento de un alumno de una manera especializada y estable, una decisión que depende del Gobierno central. Este profesional complementaría la labor del coordinadora/a de bienestar, una figura incorporada por la Ley de protección a la infancia para la prevención de todo tipo de violencia y cuyas funciones suelen asumirlas los tutores, jefes de estudios o trabajadores sociales.
Luengo está en la «trinchera» junto a los profesores y considera que están haciendo «un trabajo maravilloso con muy poco entrenamiento». «Ellos manifiestan que la formación en estos contenidos es esencial y les ayuda en gran medida pero que entienden necesaria la presencia de personal con formación que, formando parte de la plantilla del centro, sepa coordinar todos los aspectos que entran en juego en este tipo de circunstancias y que, sin duda, aportaría seguridad en el día a día en las decisiones a adoptar. Los profesionales que trabajamos en los centros educativos no tenemos la responsabilidad de curar, pero sí de saber cuidar y proteger. Y para cuidar hay que saber comprender y acompañar. Y, en estos procesos complejos, hay figuras aportan criterio, seguridad y estabilidad en las acciones. Pero, tampoco podemos engañarnos. Si pensamos que todos estos procesos lo va a resolver un solo profesional, seguramente nos estemos equivocando. Este es un trabajo de todos, con diferentes tipos de responsabilidades. Es, sin duda, un trabajo de y en comunidad», subraya.
En el curso 2021/22, Madrid ha puesto en marcha junto a otras ocho CCAA un programa promovido por el Consejo General de la Psicología de España que, a su término, podría validar científicamente la necesidad de contar en cada centro educativo con psicólogo. El proyecto PsiCE, en el que han participado ya 2.207 alumnos de 12 centros de Enseñanza Secundaria Obligatoria, Bachillerato y Ciclos Formativos, persigue ayudar a los adolescentes a relacionarse mejor y gestionar sus emociones y que haya una detección e intervención más efectivas en las situaciones de crisis.
Durante esta investigación se realiza en primer lugar un estudio (cribado) del estado emocional del alumnado cuyas familias han consentido la colaboración en la investigación. Se trata de un proceso realizado cumplimentando un modelo de cuestionario. El objetivo esencial aborda el trabajo con la franja de alumnado en los que se haya detectado sintomatología subclínica (es decir, no son alumnos con síntomas claros de desajuste emocional, pero con riesgo de poder sufrirlo). Posteriormente, selecciona aleatoriamente a 20-24 alumnos y se divide a los mismos en dos grupos de 10-12 participantes, uno experimental y otro de control. Con el primero se aborda el manejo de las emociones con material específico y testado en la intervención individual, y con el segundo grupo se trabaja con técnicas relajación. Todos los alumnos tienen un seguimiento a los 3, 6, 12 y 18 meses para valorar la estabilidad de los aprendizajes obtenidos en las sesiones y el bienestar emocional a corto, medio y largo plazo.
La hipótesis de la investigación es que se producirán mejores resultados en la construcción de competencias emocionales y psicológicas en el alumnado con una metodología específica, diseñada e implementada desde la Psicología educativa que cuando se trabaja con métodos con escasa evidencia científica. PsiCE incluye asesoramiento a las familias y ofrece a los docentes el contacto estable con un profesional que «da esas pinceladas» para saber en qué línea tienen que trabajar en situaciones muy complejas.
Luengo es consciente de que no se puede resolver la falta de recursos humanos de la «noche a la mañana» pero sí ir desarrollando proyecto específicos como éstos que permitan seguir trabajando con la figura del orientador con un perfil de psicólogo educativo: «Que sea generalista fue un error y podemos rectificar».
En esta misma Comunidad, los centros cuentan actualmente con una herramienta tipo test para detectar entre los alumnos dificultades socioemocionales y más de 5.000 profesores han recibido cursos ‘on line’ para saber cuándo un adolescente está sufriendo y/o identificar y abordar casos de autolesiones o de conducta suicida, además de facilitarles una guía específica al respecto. Esta formación se ha intensificado en 13 centros con un programa piloto en colaboración con la Fundación Alicia Koplowitz. Un psiquiatra y un psicólogo clínico se desplazan al centro una vez a la semana para dar asesoramiento y hacer seguimiento de los casos. La idea es extender la iniciativa al resto de colegios de la Comunidad si tiene buenos resultados.
Las distintas administraciones regionales han respondido al aumento de los problemas de salud mental de los menores con medidas también de prevención universal con talleres de resiliencia, tolerancia a la frustración, autoestima, resolución de problemas y/o habilidades sociales. También se han impulsado más acciones de intervención ante situaciones de crisis.
YAM, un programa esperanzador
Galicia fue de las primeras regiones en contar en 2018 con un protocolo de prevención e intervención en conducta suicida a nivel educativo. El documento fue actualizado en octubre de 2022 para incluir la puesta en marcha de una vía rápida de derivación para casos de gravedad moderada, un triage para que los orientadores y los sanitarios puedan dar la respuesta más adecuada, un mejor almacenaje e intercambios de informes entre salud mental y el sistema educativo y, sobre todo, la introducción del programa YAM (Youth Aware of Mental Health) en toda la población.
Éste último es un paso muy relevante por que es la aplicación del plan con una de las mayores evidencias científicas, recomendado por la OMS y por Save the Children, entre otras instituciones. Éste, según los estudios previos realizados, reduce la ideación y los intentos de suicidio en un 50% y la sintomatología depresiva en un 30%. Un grupo de orientadores/as escolares y profesionales sanitarios (psicólogas/os, psiquiatras y trabajadoras sociales), se han acreditado ya como instructores YAM tras un curso específico de formación. El próximo mes de octubre Galicia comenzará un ensayo clínico con 4.505 alumnos/as y que será supervisado por un equipo mixto de las Consejería de Sanidad y Educación. En los años siguientes, parte del equipo original se acreditará como «entrenador» para poder impartir los cursos de formación y aumentar el número de instructores. El objetivo es ir aumentado el número de centros que se sumen y alcanzar la población completa (20.000) en 2026-27.
El éxito de este programa, que Galicia considera el «pilar de la prevención», se basa en que estimula el debate entre los adolescentes a la hora de solucionar diversos dilemas que se les proponen y que escenifican en un juego de roles que se discuten en grupo. Los instructores facilitan el diálogo, pero es el alumnado el que debate como se sentirían en esa situación, como actuarían y que consecuencias tendría esa actuación, favoreciendo por medio de la técnica YAM que aparezcan diversas opciones. La última dramatización se dedica a depresión e ideación suicida y fundamentalmente se orienta a cómo pedir ayuda y a quién.
Por su parte, Comunidad Valenciana y Asturias ya han anunciado que reforzarán la atención con una unidad de respuesta rápida para aquellos centros en los que detecten casos de riesgo y Castilla y León pondrá en marcha una nueva Red de Detección y Alerta con un mayor número de docentes encargados de detectar casos y actuar con rapidez, profesionales de salud mental de enlace y referencia en todas las Áreas de Salud para intervenir de manera más rápida y eficaz sin necesidad de pasar por la Atención Primaria; nuevos hospitales de día de Salud Mental Infanto-Juvenil y un nuevo servicio social de Atención Integral a las Familias.
Extremadura cuenta desde 2019 con una Red de Escuelas de Inteligencia Emocional, a la que actualmente están adscritos 34 centros educativos, y en el último trimestre del curso 2022/2023 ha presentado un plan experimental en colaboración con el Colegio Profesional de Psicología de la región con dos equipos de seis psicólogos, uno para cada provincia, que intervienen ante la sospecha o detección de conductas lesivas, autolíticas o suicidas entre el alumnado. Unos 500 profesores participan en esta CCAA en grupos de trabajo sobre abordaje de la conducta suicida.
#Rayadas y otras formas de acompañar(nos) en el dolor
Éstas medidas forman parte del plan de acción de las CCAA para reducir el sufrimiento de los adolescentes pero bajo el convencimiento de que lograr el bienestar de los más jóvenes es una responsabilidad colectiva están surgiendo otras iniciativas de índole social para mejorar en las aulas la gestión emocional. Una de ellas, #rayadas, la puso este año en marcha en Madrid la Fundación Manantial una entidad sin ánimo de lucro que lleva desde 1995 trabajando para mejorar la atención de personas con problemas de salud mental y que ante el «tsunami» que afectaba a los menores «no se podía quedar fuera», asegura su directo Elena Biurrun.
«Son nuestro futuro y como sociedad tenemos que parar y ver qué está pasando»
En su contacto estrecho con los colegios detectaron que demandaban algo más que una charla y se lanzaron a hacer un plan de intervención de «manera continuada» y acompañándolos donde están ellos habitualmente, en las redes sociales. Tras un acuerdo con la Dirección General de Juventud de la Comunidad de Madrid y la Fundación Sacyr, un equipo de seis profesionales (psicólogos, orientadores y trabajadores sociales) comenzó a acudir a dos centros durante cinco meses, de enero a mayo, para hablar con 150 alumnos de Tercero de la ESO, de entre 15 y 16 años, durante la hora de tutoría, sobre cómo sentían y el uso de la tecnología tanto por su potencial positivo, de apoyo e información, como por los riesgos que supone su uso problemático, que deben conocer y evitar.
En esas sesiones prepararon guiones para crear microvídeos en Tik Tok y viralizar contenido que pueda ayudar a otros jóvenes. Estos son algunos de sus mensajes: «El miedo me ha vuelto a cubrir todo el cuerpo: miedo de hablar, miedo a expresar, miedo a la soledad», «solo pido que me escuches, que me atiendas…ayúdame a buscar la luz dentro del túnel que tanto he buscado. Qué p*t*d* sentir esto y que no te entienden ni lo que te quieren, vivir en un vacío del que mucha gente no sale viva, el miedo constante a acabar como ellos me llena el cuerpo. Necesito tu ayuda, por favor, sálvame».
#Rayadas finalizó a lo grande con una charla en CaixaForum en la que intervino, entre otros, el psicólogo Pablo R. Coca, conocido en las redes sociales como @occimorons y que a través de sus viñetas, recogidas en su libro ‘Durante la tormenta’, da pautas claras y llenas de sensibilidad sobre cómo acompañar(nos) ante el dolor, también cuando es tan extremo que lleva a pensar en el suicidio. Sus ilustraciones empatizan con la persona que sufre un trastorno mental, como el que padece su hermana y a la que dedica su obra, y que se ve atrapada por la oscuridad a veces en soledad; pero también con sus familiares y amigos, a los que orienta sobre cómo cuidar, validar las emociones y escuchar en un proceso a veces muy complicado. Pablo R. Coca les atrapó con sus dibujos y muchos de ellos conectaron con él a través de las redes sociales para seguir aprendiendo con sencillez y profundidad sobre cómo manejar los sentimientos propios y ajenos.
Elena Biurrun confía en extender #rayadas a otros centros educativos y que también se tome cada vez mayor conciencia de que la lucha contra el suicidio es un trabajo colectivo: «Incumbe a todos. Puede ser tu hijo, mi sobrino, el hijo de tu amiga. Son nuestro futuro y como sociedad tenemos que parar y ver qué está pasando.