Hace 12 años, Miguel Guerrero descubrió la crudeza de la realidad del suicidio en el programa de salud mental en Urgencias del Hospital Costa del Sol. Comenzaba a trabajar en aquella área y le sobrecogió ver que más de la mitad de las personas que estaba esperando atención sanitaria urgente había pensado o intentado quitarse la vida y la inmensa mayoría «estaba lidiando con situaciones cotidianas» como las que puede tener cualquiera en su día a día.
Fue consciente entonces de «la mala o nula atención que se estaba dando en el sistema público» a esos pacientes y se propuso el reto de poner en marcha un plan local de prevención e intervención en la conducta suicida que se materializó en 2017 en la creación de la Unidad Cicerón, la única que existe a día de hoy en Andalucía. Dos años después, en marzo de 2019, nacía ISNISS , otro proyecto pionero de la mano de los psicólogos Luis Fernando López Martínez y Eva M. Carretero García, dirigido también a evitar conductas autodestructivas e investigar cómo los entornos digitales podían influir en ellas, especialmente en los más jóvenes.
José Antonio Luengo trabaja desde hace años en primera línea en los centros educativos y en el desarrollo de programas y planes de formación al profesorado y familias en el siempre complejo proceso de comprender el dolor adolescente y saber acompañar en sus zozobras emocionales; y, como decano del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid, coordina actualmente en la Comunidad de Madrid el proyecto PsiCE para mejorar la detección e intervención en las aulas de situaciones de crisis emocionales y desajustes y desórdenes psicológicos.
Guerrero, López Martínez y Luengo crean espacios para ayudar a los chicas y chicas a combatir el dolor y al mismo tiempo ejercen una importante labor de divulgación bajo la convicción de que evitar las muertes por suicidio pasa por la sensibilización e implicación de todos los ámbitos de la sociedad para «trabajar en red» en la protección de la infancia. Hablamos con ambos expertos sobre el aumento del malestar emocional de los adolescentes y sus posibles salidas. Las cifras, el dolor, apremia: el número de menores de 20 años que se quitó la vida en 2022 fue de 84, nueve más que el año anterior, según datos provisionales del INE.
En base a su experiencia y las últimas investigaciones, Miguel Guerrero explica que la salud mental de los más jóvenes ya se estaba deteriorando antes de la pandemia pero que ésta lo «ha destapado». Asegura que han aumentado de forma significativa las autolesiones no suicidas [lesiones que se autoinfligen intencionalmente en el cuerpo que suelen producir sangrado, hematoma o dolor donde no hay una finalidad de querer matarse sino aliviar un sentimiento o estado cognitivo negativo] y las hospitalizaciones por trastornos alimentarios, consumo de drogas, alteración del comportamiento e ideación suicida pero que afortunadamente no se ha traducido de forma significativa, en un mayor número de intentos de quitarse la vida. Se ha incrementado un 30% los jóvenes de entre 12 y 29 años que acude a salud mental, pero no se puede descartar que «ahora se esté pidiendo más ayuda». Sí ha habido un empeoramiento de los chicos y chicas que tenían un trastorno previo.
No entendería un plan de prevención de suicidio infanto juvenil sin pasar por un plan de prevención del acoso escolar
«Todos hemos atravesado la misma tormenta (el covid) pero no en el mismo barco. Hay algunos que se han confinado en una casa de 1000 metros cuadrados, con hermanos, con dispositivos electrónicos, y dinámica funcional familiar sana y otros fueron confinados en pisos de 45 metros cuadrados, sobremasificados y con violencia. Se está metiendo a todos los chicos en el mismo saco y no es justo», advierte este experto reclamando especial atención para las poblaciones más vulnerables, las que tienen mayor riesgo porque «los recursos son limitados». De su experiencia clínica, extrae diez grupos que acumulan varios factores de riesgo. El suicidio «es un evento tan difícil de predecir», apunta, que «lo mejor para prevenirlo es mejorar las condiciones universales de salud mental, la atención médica, trabajar con prevención de drogas, la educación inclusiva para evitar la discriminación de menores que pertenecen a minorías (migrantes, LTBIQ+ o con diversidad en el desarrollo), combatir la violencia familiar y el acoso. «Hablar de prevención de suicidio es hablar de prevención del bullying», insiste. Y también de los abusos sexuales en la familia, otro tabú que es urgente derribar.
Diez grupos de riesgo
1. Los jóvenes que sufren un trastorno psicológico. Uno de cada 10 de entre 10 y 19 años tienen un diagnóstico de alguna patología de salud mental y también recae sobre ellos con frecuencia el peso del estigma y la discriminación, que incrementa mucho el sufrimiento. En esta población vulnerable sí ha habido un empeoramiento durante la pandemia. Los más frecuentes son los trastornos del estado de ánimo, trastorno obsesivo-compulsivo, trastornos de la conducta alimentaria y trastorno por estrés postraumático.
2. Los menores con diversidad funcional, que presentan diferentes capacidades en el ámbito físico, intelectual o sensorial como el Trastorno del Espectro del Autismo (TEA). Su dolor se acrecienta por las dificultades que experientan en la comunicación con otras personas.
3. Adolescentes que padecen enfermedades graves como diabetes, obesidad, dolor crónico, epilepsia, cáncer u otras que le provoquen dolor crónico o discapacidad.
4. Aquellos que tienen antecedentes familiares por suicidio. Los niños que han perdido a un ser querido en estas circunstancias tienen un 82% más de riesgo que los que sufren un duelo por accidente. También se aumenta el riesgo de imitación cuando se enteran de que un compañero, amigo o influencer se ha quitado la vida y son informados especialmente del método con el que lo ha hecho o se simplifica la causa.
5. Uno de cada tres chicos o chicas que se han quitado la vida habían tomado alguna droga como alcohol o cannabis.
6. Exclusión social. La tasa de riesgo de pobreza afecta a un 28,3 % de los niños y niñas en España, es decir, a 2,2 millones, según Save the Children. Esa desigualdad y falta de oportunidades les aboca a una vida con más dificultades y sufrimiento.
7. Menores que viven experiencias traumáticas o adversas.
8. Adolescentes que pertenecen a minorías como migrantes o que pertenecen al colectivo LGTBIQ+ y que aún hoy sufren estigma. Tienen cuatro veces más riesgo de suicidio.
9. Chicos y chicas que han intentado quitarse la vida y que se han autolesionado en repetidas ocasiones perdiendo el miedo y con mayor tolerancia al dolor cada vez. La mitad de los adolescentes que han tratado de quitarse la vida habían cometido alguna tentativa previamente y el 80% se había autolesionado.
10. Víctimas de abuso, maltrato, acoso y ciberacoso. «Si se elimina el abuso y la violencia conseguiríamos reducir la incidencia en los intentos de suicidio en un 67%», asegura Miguel Guerrero.
«La mayor parte de las situaciones de abuso que sufren los chicos son de personas del entorno familiar. Cuatro de cada diez personas que yo atiendo por intento de suicidio habían vivido situaciones de abuso en la infancia y era la primera vez que lo revelaba pese a haber tenido terapias previas», explica. La medida de prevención básica universal es, insiste, «proteger a la infancia» y ésta es «una responsabilidad de todos», no solo de los «centros educativos, de pediatría, ni de salud mental, ni de la sociedad… la cooperación entre todos es lo que funcionaría». Es muy importante también «no improvisar», que los profesores, los adultos con los que los menores pasan más tiempo fuera de su entorno familiar, estén asesorados por expertos para poder detectar estas situaciones, detener esa situación de abuso y acoso y que tengan «respaldo institucional» para poder ofrecer a los niños una «intervención temprana».
El impacto devastador del acoso escolar
Erradicar el acoso escolar es uno de los desafíos más urgentes de los centros educativos. Guerrero apunta a que las cifras pueden ir entorno al 8-12%, «que es mucho». El impacto en la salud mental en las víctimas es devastador y puede provocar efectos «a corto plazo, eventos a medio plazo y secuelas psicológicas a largo plazo que ya no son visibles porque la persona está fuera de ese ámbito educativo». También esconde problemas emocionales en los agresores.
Reducir el dolor, reforzar el vínculo y ofrecer esperanza… cómo ayudar a un adolescente que piensa en el suicidio
Reducir el dolor, reforzar el vínculo y ofrecer esperanza… cómo ayudar a un adolescente que piensa en el suicidio
El bullyng tiene dos dimensiones en relación a la conducta suicida: «Es un factor de vulnerabilidad porque estamos condenando a que esas personas tengan más probabilidad de pensar en el suicidio en el futuro y también es un factor precipitante. A mayor exposición al acoso, mayor es el daño». Las investigaciones realizadas señalan que esta violencia en modo de humillaciones y agresiones físicas y psicológicas en el ámbito educativo «modifica el cerebro de los niños y esto hace que tengan dificultades para regular las emociones».
Un menor que vive una situación tan dura como ésta y no recibe la atención psicológica y el apoyo adecuados se expone a un futuro más sombrío: puede tener más dificultades para afrontar un evento estresante, suelen generar estilos de apego muy inseguros y difícilmente van a confiar en otro ser humano, pueden tener problemas para relacionarse porque van a pensar que pueden ser abandonados y eso genera mucho dolor, tienen más probabilidades de tener un trastorno mental o conductas antisociales, consumo de drogas, de alcohol...»Se genera como una bomba de racimo otros factores de riesgo», resume este experto, que «no entendería un plan de prevención de suicidio infanto juvenil sin pasar por un plan de prevención del acoso escolar». «No podemos decir que el acoso lleva al suicidio pero sí se generan consecuencias psicológicas que sin llegar al drama del suicidio generan mucha dificultad en la vida de las personas», asegura reclamando que no se banalice con frases del tipo «son cosas de chicos» o «siempre ha existido» que denotan una falta de conciencia de la magnitud de este problema.
También pone el foco en atender a los agresores, que aunque no se «puedan poner a la misma altura» que los agredidos, «son otras víctimas» y también tienen más riesgo de «autolesiones y suicidio». «Hay que reintegrarlos y educarlos, no basta con apartarlos. Yo he ido a un centro de menores y solo se escuchan llantos», asegura Guerrero, que da un toque de atención general: «Caemos muy pronto en el proteccionismo cuando es a mí hijo a quién le hacen algo y en la condescendencia o ser más permisivos cuando no me toca a mí. Habrá que crear un clima para que todo el mundo vaya a una independientemente a quien le pase. educar en valores y aprender a ver el sufrimiento».
Adolescentes en soledad
Luis Fernando López lo ve cada día en la mirada de los adolescentes que pasan por su consulta en Madrid. En ese espacio se crea en cada sesión un clima de escucha y de calidez para que puedan comenzar a sanar sus heridas. A ellos les resulta «extraño» al principio pero con el paso del tiempo esa atención plena que reciben se convierte en reparadora. Este psicólogo clínico ha investigado en profundidad el impacto que las redes sociales e internet en general ha provocado en la salud mental de los menores y en su forma de relacionarse, muchas veces insana.
La adolescencia es un «periodo madurativo donde las relaciones cobran una gran importancia, donde se forman las identidades, los apegos, los vínculos y las redes sociales e internet están estableciendo relaciones líquidas donde no se establecen vínculos significativos sino muy superficiales», advierte. También influyen en su forma percibirse a sí mismos. «El autoconcepto y la autoestima están basadas en un hedonismo, en la imagen, en una dictadura de la felicidad. La mirada que uno tiene sobre sí mismo viene muy influenciado por la mirada de los demás y en las redes sociales el mundo te mira, te juzga, te denosta o te glorifica. Esto tiene un fuerte impacto en la maduración y el proceso de identidad. Puede llevar a la ansiedad, angustia, el fomo (temor a perdernos algo y dejar de ser relevantes), y sobre todo a procesos depresivos y otras patologías cuando no obtenemos de los demás la mirada que nos gustaría que nos devolviesen», explica este terapeuta, autor de Duelo, autolesión y conducta suicida: desafíos en la era digital.
Hay que hacer que los chicos y chicas se sientan queridos no solo en sus logros sino también en el más profundo de sus fracasos
Los adolescentes a los que atiende se sienten «muy solos», sin «vínculos significativos» con otra persona. Y esa desconexión les lleva a veces la red social «como una forma anónima y segura de poder expresar lo que sienten sin temor a ese juicio». Pero ahí encuentran aún más soledad. «La multimirada de la red social no cubre ese vacío interior porque no adquieren la profundidad emocional que necesitamos» y las redes sociales e internet «se lucran de esta especie de adicción psicológica a sus plataformas y está provocando un fuerte deterioro emocional en las relaciones en una población muy vulnerable y susceptible como son los adolescentes». Luis Fernando López llama a recuperar el «contacto piel con piel» y potenciar la escucha para entender al adolescente, verle «en lo más profundo de sus sentimientos» y aceptarle «sin juicios, sin estigma, sin direccionamientos», Y sobre todo «cuando hay conductas de riesgo como puede ser la autolesión o el suicidio, cuando el propósito y sentido de la vida está en riesgo» hay que ofrecerle «un lugar donde se le permita de un modo amable explorar sus heridas, sus zonas de sombra y descubrir un propósito de vida». Hay que aprender a «acompañarnos ante el dolor».
Cuando tienen la oportunidad de hablar con los padres, les orienta a crear en sus hogares «espacios espacios sensibles y cálidos» y que aprendan a escuchar a sus hijos para conocer «cómo ven el mundo desde sus ojos de adolescentes, cómo se perciben a sí mismos», no para darles «una solución, unas pautas claras y concisas» sino darles un lugar donde se «sientan escuchados, entendidos, seguros para poder hablar de aquello que sienten y que ocultan» y, sobre todo, un lugar «donde se sientan queridos también en su dolor, no solo en sus logros, sino en el más profundo de sus fracasos».
Éstos, asegura, son la parte que más refleja lo que somos: «Nuestros errores y fracasos nos definen más que nuestros aciertos, en cómo nos sentimos». Y desde ahí desde esa atención «sostenida, segura y amable» dejar que los adolescentes se equivoquen y «que cada vez se equivoquen mejor». Para crear ese refugio es necesario ser «congruentes y auténticos con lo que hacemos«. «Hay muchas familias que están presentes en el día a día dentro de los mismos espacios pero están ausentes emocionalmente y ese es un impacto importante en los vínculos de apego que se establecen. Es importante que los padres no sean solo proveedores de servicios, que no cubran solo sus necesidades físicas sino que estén presentes emocionalmente para que se sientan queridos y escuchados y esa mirada física va a contrarrestrar el impacto más insalubre que tiene la red social», asegura.
Mecanismos de control efectivos y reales
Proteger la salud mental de los adolescentes también requiere, a su juicio, establecer mecanismos de control efectivos para erradicar los riesgos. Esto supone, entre otros aspectos, «establecer una legislación específica contra espacios virtuales, páginas web y app que promueven el cibersuicidio o autolesión online u otros problemas como trastornos de la conducta alimentaria», reclamar que se incluya dentro de los planes educativos una asignatura digital que instruya en el buen uso de las tecnologías sobre todo a la hora de relacionarse y que » las amenazas, las injurias, los retos virales sean catalogadas y entendidas como algo que no se puede tolerar y rechazadas desde el conjunto de la sociedad no desde el individuo y no darle a un menor de 14 o 15 años el acceso libre a internet.
Para este experto en prevención, es crucial que las diferentes plataformas adquieran no solo la responsabilidad ética y moral sino también legal de permitir dentro de su servidor una información que puede promover a la muerte y sufrimiento de las personas. Hasta ahora, cuando se detecta en base al algoritmo un caso de conducta suicida por comportamientos o estados de ánimos bajos se «alerta a los contactos más frecuentes o se ofrecen recursos de ayuda» pero a todas luces son «medidas de tipo estético más que reales y efectivas».
Cuando un adolescente se dirige a una red social para expresar su sufrimiento, sus ideas de suicidio, autolesión o problemas de salud mental forma anónima lo que suelen encontrarse es a otros usuarios que se «mofan o minimizan el dolor» o que les conducen a «otros espacios mucho más ocultos, sin fines preventivos y más peligrosos» que aumentan su dolor y desesperanza. Lejos de demonizar las nuevas tecnologías, Luis Fernando López llama a convertirlas en aliados y lograr promover recursos de ayuda en ese mismo canal que la persona emplea, por ejemplo aportarle, además de un teléfono, guías u usar la geolocalización para ofrecerle direcciones de asociaciones que tenga en su entorno más próximo. En resumen, «utilizar la Inteligencia artificial en beneficio de la salud del usuario».
Este experto reconoce que en los últimos dos años se está iniciado «un camino de sensibilidad y de concienciación» ante el impacto de las redes sociales pero advierte que es urgente tomar medidas y lamenta que aún quede «un largo camino por recorrer» para que se priorice la salud en lugar de «la rentabilidad o los aspectos económicos». En su labor de investigación, este psicólogo descubrió que ya en 2002, hace más de dos décadas, se realizaban búsqueda de información en Google pero «estaba tan oculta, tan silenciada, que hasta hace dos o tres años no nos hemos percatado de que esta realidad existe y el impacto que tiene en la salud».
Chicos y chicas con «un agujero en el alma»
José Antonio Luengo lleva años trabajando junto a los profesores en la «trinchera» para ayudar a los adolescentes que están sufriendo. Orienta a las familias y a los docentes pero también interviene cuando surge una situación de crisis grave en algún colegio o instituto de la Comunidad de Madrid y, en el peor de los casos, cuando se produce la muerte por suicidio de algún alumno.
Caminamos en una sociedad que no parece favorecer estados de bienestar razonables y que va dejando a mucha gente en el camino
El trabajo en primera línea frente al dolor hace constatar a Luego, psicólogo y catedrático de Orientación en Secundaria, que «han ido aumentando las crisis personales y sociofamiliares». La pandemia, explica, ha actuado como «catalizador» de ese malestar social que ya estaba «brotando» entre los más jóvenes. Y lo explica con una imagen gráfica muy clarificadora: la crisis sanitaria ha causado un ‘efecto bambú’. Esta planta parece «adormecida» pero en un momento dado «pega un estallido, las raíces explotan y crece de forma desmedida».
¿Qué se esconde detrás de ese intenso y complejo sufrimiento? «Desde hace 15 años las sociedades científicas en salud mental alertan de que la población infantoadolescente está sufriendo dificultades para asentarse en un mundo que cambia vertiginosamente, creado por los adultos, organizado por los adultos, basado en las necesidades de los adultos y que a pesar de lo que pueda parecer deja a un lado las necesidades de los más pequeños. Es un mundo basado en un idea del individualsmo, del crecimiento, de la sobreactuación, de los tiempos marcados por las prisas y los chicos y chicas se han visto damnificados. A esto le podemos sumar la irrupción de las tecnologías de la información en la vida de las personas y la inmersión sin control ni supervisión del mundo adulto. Estamos creciendo como sociedad en muchos aspectos pero aparecen espacios oscuros que no se preveían y que no hemos sido capaces de resolver», advierte desde su extenso conocimiento y experiencia este experto, el autor de ‘El dolor adolescente’.
Asociaciones y teléfonos que ofrecen ayuda
-En caso de emergencia vital inminente llame directamente al teléfono de emergencias 112.
-Si tiene ideación suicida 024
– Teléfono de la Esperanza: 717.003.717.
– Teléfono Prevención del suicidio (Barcelona): 900.92.55.55.
-Teléfono/Chat ANAR de Ayuda a Niños/as y Adolescentes 900 20 20 10
– Teléfono Contra el Suicidio- Asociación la Barandilla (Madrid): 911.385.385.
– Papageno 633 169 129 supervivientes@papageno.es
– APSAV. Asociación para la prevención del Suicidio. Abrazos Verdes. Asturias.
– AFASIB (Familiars i Amics Supervivents per suïcidi de Les Illes Balears (Islas Baleares)
–AIDATU. Asociación Vasca de Suicidiología
– APSAS: Asociación para la Prevención del Suicidio y Ayuda al Superviviente. (Gerona)
– APSU: Asociación para la prevención y apoyo afectados/as por suicidio (Cdad. Valenciana)
– ASAM: (Burgos).
– BESARKADA-Abrazo: Navarra.
– BIZIRAUN: País Vasco
–BIDEGUIN: País Vasco
– Después del Suicidio: (Barcelona)
– Fundación Alaia (Madrid)
– Fundación Metta-Hospice (Valencia)
– Goizargi: Navarra
– Grupo Supervivientes de León.
– Hay Salida, Suicidio y Duelo: (Cantabria)
– Ubuntu (Sevilla)
– Asociación Luz en la oscuridad (Tenerife)
–Asociación Volver a Vivir (Tenerife)
De éste habla con sensibilidad y preocupación sincera: «Hay chicos y chicas que quiebran porque han visto crecer un agujero en el alma por circunstancias que han vivido o viven, relacionadas con el maltrato, los abusos, la exclusión, el rechazo de sus iguales, las carencias, pobreza; y hay otros que, a pesar de vivir en condiciones económicas o sociales favorables, viven la soledad cada día, con identidades comp rometidas y dificultades para sentirse parte de algo o de alguien».
Como decano del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid, Luengo coordina el Proyecto PsiCe en esta Comunidad, un programa para promover en los centros educativos el bienestar psicológico y prevenir los trastornos y el «desajuste» de los adolescentes. De ellos, asegura, hay una franja de entre 15-20% que «están en situación de riesgo, vulnerabilidad social, cultural, económica pero también por vulnerabilidad psicológica por cuestiones como la soledad no deseada y no todos viven en familias desestructuradas».
Que los adolescentes tengan una buena salud mental «es un problema de todos», asegura: «Se juega en el modelo educativo que practicamos en las casas, en las escuelas, en los recursos para el ocio y tiempo libre, en la atención primaria…Los determinantes sociales están ahí, en cómo vivimos, no en los hospitales. Caminamos en una sociedad que no parece favorecer estados de bienestar razonables y que va dejando a mucha gente en el camino».