Diarreas, heces con sangre, dolor abdominal intenso, pérdida drástica de peso e incluso episodios de fiebre que derivan en una fatiga constante que incapacita para realizar tareas cotidianas. Estos son sólo algunos de los síntomas más claros que pueden presentar los pacientes con enfermedades inflamatorias intestinales (EII), unas patologías crónicas y autoinmunes para las que, tras más de un siglo de investigación, la comunidad médica no ha encontrado aún las causas exactas de su desarrollo.
Esto provoca que sean enfermedades extremadamente complejas y que, a día de hoy, todavía no existe una cura al 100% efectiva. Sin embargo, los avances médicos de los últimos años han conseguido que los pacientes puedan recuperar, en la medida de lo posible, gran parte de su calidad de vida.
Actualmente, se conocen dos tipos de EII: la colitis ulcerosa y la enfermedad de Crohn. Ambas se manifiestan en forma de brotes de intensidad variable, pero la primera afecta únicamente al intestino grueso, mientras que la segunda puede inflamar cualquier parte del aparato digestivo y cuesta mucho más identificarla. Pero esto, tal como explica el doctor Francisco Mesonero, gastroenterólogo y miembro de la Unidad de EII del Hospital Universitario Ramón y Cajal, no implica que una sea más grave que la otra, ya que «hay casos de Crohn en los que no hay síntomas claros y se detecta el problema por una alteración mínima, mientras que otros presentan un curso grave de la enfermedad y necesitan cirugía». A lo que añade: «Con la colitis ulcerosa sucede exactamente lo mismo».
En España, según los datos de la Confederación de Asociaciones de Enfermos de Crohn y Colitis Ulcerosa (ACCU), las EII afectan a un 1% de la población, es decir, a unas 360.000 personas. Sin embargo, según Mesonero, el análisis de la incidencia es más interesante a nivel médico que el de la prevalencia, para conocer más sobre los orígenes y la futura evolución de la enfermedad.
«Las estadísticas de incidencia reflejan que hay 16 casos por cada 100.000 habitantes, lo que sitúa a España al nivel de otros países del norte de Europa». Este dato gana aún más relevancia si se tiene en cuenta que «hace unos 50 años se consideraba una enfermedad de países ricos o muy industrializados. En Asia, Sudamérica o el este y el sur de Europa la prevalencia era casi residual. Hoy por hoy, gracias en parte a la globalización, la incidencia aumenta en países en vías de desarrollo». Por tanto, como subraya el experto, todo apunta a una influencia más que notable de «factores ambientales, como los hábitos alimenticios o la exposición a la contaminación».
CURACIÓN DE LA MUCOSA
En cuanto a los tratamientos, la investigación se ha centrado históricamente en el control de los síntomas. «Primero fueron las mesalazinas, después los corticoides y más tarde aparecieron los inmunosupresores», recapitula Mesonero. «La gran revolución se produce en el siglo XXI con los fármacos biológicos, unas proteínas destinadas a neutralizar las moléculas inflamatorias implicadas en el desarrollo de la enfermedad». Estos tratamientos, pese a no alcanzar la cura al 100%, han ayudado a la mejoría del manejo de estos pacientes y así atemperar el impacto de las EII. Por ejemplo, según los datos que maneja este especialista, «el número personas con colitis ulcerosa que han necesitado que se les estirpe el colon se ha reducido, aproximadamente, de un 20% a un 5%».
Pero la comunidad médica se marca ahora metas más ambiciosas, con el objetivo de que los pacientes disfruten de una mejor calidad de vida. Una de ellas es conseguir un tratamiento efectivo para la curación total de la mucosa intestinal con el fin de reducir las hospitalizaciones y las cirugías. Los afectados que consiguen cicatrizarla evitan riesgos mayores y experimentan un curso mucho más amable de una enfermedad que les acompaña de por vida.
La complejidad de estas enfermedades no se limita únicamente a sus consecuencias físicas. Los síntomas acarrean un impacto emocional muy importante en los pacientes, llegando a incapacitarlos para realizar ciertas tareas. La ansiedad, la depresión, la baja autoestima, la pérdida de deseo reproductivo y las disfunciones sexuales son muy habituales en estos enfermos.
Por todo ello, durante los últimos años se ha realizado una aproximación multidisciplinar a estas patologías, con la creación de las Unidades EII en muchos hospitales. En ellas, especialistas, enfermeros, cirujanos, psicólogos o nutricionistas colaboran para ayudar a los pacientes con esta carga crónica. «Son consultas cada vez mejor estructuradas y con mejores medios, tanto materiales como humanos», concluye Mesonero.
TIPOS DE PACIENTES Y FRECUENCIA DE BROTES
Habitualmente, los pacientes de estas enfermedades tienen un primer brote muy fuerte, pero, tras un tratamiento adecuado, se logra calmar relativamente el curso de la patología, con recaídas más leves. Sin embargo, los hay que muestran síntomas constantemente y para los que resulta difícil marcar una pauta a seguir. Son los que se conocen como ‘pacientes crónicamente activos’. Entre estos dos polos opuestos hay otros que tienen brotes frecuentes, pero controlables a través de la medicación.