En España hay contabilizados unos 400.000 afectados por la espondilitis anquilosante, nombre por el que se conoce a una enfermedad caracterizada por la inflamación crónica de la columna vertebral y las articulaciones sacroilíacas. A veces, también afecta a las articulaciones periféricas provocando artritis.
La inflamación ocasiona un dolor sordo y continuo, sobre todo, en la zona baja de la columna. Resulta muy habitual sufrirlo en mitad de la noche y despertar por la mañana con una rigidez en la columna que se prolonga durante más de 30 minutos.
«Para diagnosticarlo, se recopila información de los síntomas, antecedentes personales de inflamación articular, presencia de lesiones en la piel o alteraciones intestinales, incluyendo los antecedentes familiares de la enfermedad», explica el doctor Alejandro Escudero, jefe del Servicio de Reumatología del Hospital Universitario Reina Sofía (Córdoba).
Después, se hace una exploración completa del aparato locomotor, evaluando la movilidad de la columna y las posibles anomalías articulares. Más tarde llega el turno de las pruebas de laboratorio, para detectar marcadores inflamatorios en sangre y pruebas de imagen en busca de inflamación profunda en las articulaciones sacroilíacas. Por último, se solicita una prueba genética (HLA-B27) que es positiva en más del 90% de los casos, lo que ayuda a confirmar el diagnóstico.
DIFÍCIL DE DIAGNOSTICAR
A pesar de ello, diagnosticar la espondilitis anquilosante sigue siendo un desafío para los reumatólogos, quienes suelen detectarla en pacientes de entre 20 y 40 años de edad. «Ante una persona menor de 45 años, con dolor lumbar continuo (de más de tres meses), dificultades de descanso nocturno y movilidad limitada entre al menos 30 minutos y una hora al levantarse, se debe pensar en esta enfermedad», explica Escudero.
A menudo, esta dolencia da la cara en una franja de edad en la que se da un impulso a la carrera laboral y se forma una familia, por lo que muchos pacientes tienen dificultades para arrancar sus jornadas y atender a sus hijos, pudiendo dificultar los síntomas incluso actividades cotidianas como caminar, trabajar o ejercitarse. Además, el dolor crónico y la fatiga impactan en el estado de ánimo y las relaciones sociales.
Por todo lo anterior, espondilitis anquilosante merma enormemente la calidad de vida de los pacientes. Y tener un diagnóstico supone un descanso para quienes llevan años sufriendo un dolor que creen normal.
Asimismo, el diagnóstico precoz de la enfermedad permite tratarla y evitar secuelas articulares, que en muchas ocasiones ya están ahí cuando se produce dicho diagnóstico. El daño es irreparable, incluso habiendo iniciado un tratamiento.
Sin embargo, retrasar el tratamiento puede acarrear consecuencias aún más complejas. Por ejemplo, la presencia de uveítis con riesgo de afectación ocular severa, así como alteraciones cutáneas, ungueales o intestinales graves. En todos los casos se intentan aliviar los síntomas, prevenir el daño articular y mejorar la movilidad y la calidad de vida del paciente.
TRATAMIENTOS MÁS COMUNES
Como dolencia crónica, el tratamiento es muy prolongado y tiene como objetivos el control de los brotes agudos y la remisión a largo plazo. Los tratamientos más comunes incluyen los antiinflamatorios no esteroideos, que disminuyen el dolor y la inflamación. Si no son eficaces, se acude a la terapia biológica.
Los avances más relevantes de los últimos años han venido por un mejor conocimiento de la espondilitis anquilosante y los mecanismos patogénicos implicados, lo que ha permitido desarrollar nuevas moléculas terapéuticas como los fármacos biológicos, capaces de bloquear moléculas de señalización entre células. Estos tratamientos resultan más eficaces en el control de los síntomas y la progresión de la enfermedad.
Más recientemente, también se han incorporado nuevos fármacos capaces de bloquear el mecanismo de acción de las moléculas de señalización. Globalmente, han alcanzado mejores tasas de respuesta clínica.
RETOS POR DELANTE
Aún hay algunas tareas pendientes para minimizar el impacto de la espondilitis anquilosante en la calidad de vida de los afectados. Ahondar en las acciones de tipo educativo y de concienciación de la población sería un buen comienzo. En este sentido, los expertos consideran que es muy importante que se conozca la enfermedad y se solicite una valoración médica cuando exista un dolor lumbar prolongado sin una causa justificada.
Asimismo, es clave visitar a un reumatólogo para recibir un diagnóstico precoz que evite secuelas permanentes y que informe al afectado de la patología, sus síntomas, sus tratamientos y la mejor forma de manejarla. Sin embargo, existe un notable retraso en el diagnóstico debido a que el síntoma clave de la enfermedad, el dolor lumbar, es un signo frecuente y, por tanto, normalizado por los españoles.
También es básico instaurar un tratamiento adecuado de forma precoz, para controlar los síntomas y prevenir el daño articular. Del mismo modo, los expertos creen que se debería facilitar el acceso a la terapia física, para mejorar la movilidad y reducir el dolor. Otro reto es abrir la puerta a la terapia ocupacional para adaptarse a las limitaciones físicas de la enfermedad, así como impulsar un acompañamiento psicológico que minimice el impacto emocional del diagnóstico y favorecer el apoyo social al paciente, desde su familia hasta las asociaciones de pacientes.